domingo, 27 de diciembre de 2009

La Navidad de Felipe, Parte II

El veinticinco de diciembre saludaba a todos con muchos regalos para los niños adinerados de la calle; y otros cuantos regalos tirados en la basura. El veinticinco de diciembre también saludaba con unos cuantos "grinch" por las avenidas. Pero en medio de todos, estaba nuestro Felipe. Se despertaba bien temprano para comenzar el trabajo de vender caramelos una vez más. Dobló la manta con la que pudo abrigarse esa noche, contó los caramelos que faltaban por vender y se alistó para ir a conseguir su primer microbús. El hermano mayor no había aparecido por ningún lado a apurar a Felipe en su labor (como de costumbre), parecía que había sido partícipe de una de esas borracheras que se daban en cada noche de fiesta navideña.

Cuando Felipe se hallaba preparando todo para subir a su primer microbús, apareció el viejo del almacén. "¿Te olvidaste de la nota que te regalé ayer"?, le preguntó el viejo; Felipe se quedó atónito. "Hoy vas a celebrar tu Navidad como nunca antes lo hiciste, vas a celebrar lo que es ser niño como regalo de Navidad", le dijo el viejo. Felipe no evitó asustarse y le faltaba poco por agarrar su bolsa de caramelos e irse corriendo, pues pensó que el viejo ya tenía un tornillo safado. Sin embargo, el viejo le mostró dos pases para ir al parque de diversiones más conocido del distrito: "Esto es para ambos. No tengo un hijo con quien compartir y darle alegría en estas fiestas, ¿Aceptas mi regalo navideño? También me darías un regalo navideño: hacerme sentir como padre un día". Cuando Felipe escuchó estas leves palabras, su pequeño corazoncito infantil hizo que sus pequeños ojos chorrearan unas cuantas lágrimas. Era la primera vez que Felipe iba a pasar a lo grande la Navidad; y también era la primera vez que Felipe sería capaz de dar un regalo navideño tan importante a alguien. Sábía que esos pases para el parque de diversiones iba a ser un regalo para ambos. El viejo del almacén guardó la bolsa de caramelos en su maletín y tomó junto con Felipe un microbús, pero esta vez Felipe no tendría que estar parado en él para vender sus caramelos. Esta vez Felipe estaría ahí para dirigirse a celebrar la Navidad de una manera única y diferente.

Ambos, padre e hijo postizo por un día, pasaron un momento inolvidable en el parque de diversiones. Se subieron a los carritos chocones, a las canastitas voladoras, al pulpo de nueve patas (un juego que subía cada vez más alto pero que a los niños les fascinaba) y comieron mucho algodón de azucar y paletas de colores. Luego del parque de diversiones, fueron a ver una película al cine. Era la primera vez, sin mentir, que Felipe iba al cine. Incluso terminó asustándose de algunas imágenes que parecían salirse de la pantalla. Por último, fueron a un sitio de comida rápida donde Felipe pudo probar con calma (sin tener un hermano al costado que lo apure para trabajar) una hamburguesa, papitas fritas y gaseosa helada. El viejo solo tomó un refresco porque sus pulmones ya no estaban listos para consumir bebidas muy frías. En pocas palabras, ese era el mejor día de todos los que había tenido Felipe. Fue increiblemente único.

Cuando la noche del veinticinco acababa, el viejo del almacén se despidió de Felipe diciéndole: "Sé que en la Navidad los niños acostumbran a comer panetón, engutirse de un enorme pavo o lechón y recibir regalos a montones; por eso, tenía la necesidad de regalarte algo por Navidad porque no soporto ver como un niño de tu edad tiene que trabajar en las calles incluso en la noche navideña. Espero que este día nunca lo olvides y a partir de hoy creas mucho más en los deseos. Gracias también por darme el mejor regalo navideño, haz hecho que recuerde cómo disfrutaba algunos días libres con mi hija pequeña que, como ya has de saber, muró hace mucho tiempo. Aunque esta forma de los dos de celebrar la Navidad fue un tanto peculiar, sé que el sentido de todo es compartir y por eso, he compartido hoy contigo lo mejor que he podido, gracias por compartir también conmigo". El viejo le dio un beso en la frente, como lo hace un padre cariñoso cuando se despide de su pequeño hijo antes de dormir, y se alejó para entrar por la finísima puerta de su casa. Felipe lo vio irse y se dijo a sí mismo: "Sí que existen ángeles en esta tierra..."

Las mañanas siguientes de Felipe fueron como de costumbre: El hermano irresponsable obligándolo a trabajar, la bajada y subida repetitiva a diferentes microbuses, la desesperación por vender todos los caramelos de la bolsa, chocarse con un rostro serio, indiferente o simplemente dormido, y tener una hora libre para sentarse en su banca preferida del parque donde solía conversar con su viejo amigo "el viejo del almacén" (valga la redundancia). A pesar de ello, su vida se había vuelto un poquito más feliz desde aquella Navidad. Ahora no estaba solo, nunca estuvo solo. Sabía que, en medio de toda la desgracia de su pobreza, tenía a Alguien que le envió un ángel a la tierra para hacerle compañía. Sin duda, el viejo pensaba lo mismo del Felipe.

Lo mejor de todo fue que a partir de esa iniciativa del viejo del almacén, hubieron jóvenes que organizaron un proyecto para darle una hermosa Navidad a los niños trabajadores que rondeaban en aquella calle y en algunas otras cercanas. Llegaban cada Navidad el gran grupo de jóvenes con una enorme caja de regalos para cada uno de los niños. Cada niño trabajador había sido apadrinado por cada joven; después de eso, salían con sus respectivos "padrinos postizos" para celebrar la Navidad al "estilo el viejo del almacén". Felipe estaba contento, ahora muchos más niños podían tener una Navidad hermosa como algún día él la tuvo. Mas Felipe se quedó con su "padre postizo", el viejo del almacén.

"Es verdad que existen ángeles en la tierra"

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