sábado, 26 de diciembre de 2009

La Navidad de Felipe, Parte I


Toda tienda se hallaba iluminada por pequeñas lucecitas navideñas que resplandecían con su brillo cada cinco segundos. La calle donde Felipe descansaba después de su arduo trabajo se encontraba sumamente colmada de "papa noeles" de madera, renos eléctricos, coronas de adviento colgadas en cada puerta, almacenes llenos de regalos y un árbol inmenso, decorado con bolas coloridas y nieve artificial, en medio de todo.

Felipe contemplaba tal ambiente navideño mientras comía una tajada de panetón que le había regalado "el viejo del almacén más acomodado de la calle". Este era un señor, que por el mismo hecho de tener el negocio más provechoso de todos, gustaba de dar ciertos obsequios a los niños más pobres de la calle. Dentro de ellos, estaba Felipe. Nuestro Felipe. Felipe era un chico que siempre rondaba por esos lares asi no viviese ahí. Aparecía todas las tardes para sentarse en la misma banca de siempre. Se sentaba a mirar el cielo con su bolsa de caramelos en las manos, la cual no era para él sino para la gran cantidad de personas que viajaban en cada microbus durante todo del día. Felipe miraba al cielo como si esperara que algo llegara, como si deseara que hubiera un día en el cual, por fin, pudiese gozar su infancia y sin tener que preocuparse por volver con un determinado dinero a casa. Casi nadie sabía la historia de Felipe. Lo máximo que sabían, y esto gracias al "viejo del almacén", era que tenía unos ocho años y su hora de descanso le tocaba en la calle de la que hablamos en el principio. También sabían que tenía un hermano mayor que lo explotaba a trabajar (tal vez el detalle más importante de su historia) y que el bien explotador, en vez de trabajar, se la pasaba molestando a las jovencitas y perdiendo el tiempo como solo un vago puede hacerlo. Hablando del hermano, justo acababa de acercársele para decirle: "Hey... ¿Y tú? Ni creas que porque estás comiendo tu panetoncito vas a descansar hoy... También vas a trabajar... Así que no pongas esa cara y prepárate para otra noche de trabajo".

Aquella noche del veinticuatro de diciembre de la que estuvimos hablando, Felipe comía su pedazo de panetón y miraba toda la bulla y alegría que llenaba cada espíritu en plena noche buena. Era una de las pocas veces que el pequeño podía descansar de noche, porque incluso en las más altas horas tenía que estar subiendo y bajando de cada microbús para conseguir un nuevo comprador que quisiese alguno de los caramelos de limón de su bolsa. Cada día era mucho más difícil el trabajo; la gente ya cargaba con mentitas en los bolsillos, algunos preferían hacerse los dormidos, a otros les agradaba poner cara de disgusto cada vez que Felipe se acercaba. Aquel veinticuatro, felizmente, había sido un poco más provechoso. Consiguió más gente que le compre caramelos pero no faltaron bastantes rostros malos en plena víspera navideña. Sin embargo, ahí estaba: sentado en su banca disfrutando de su pedazo de panetón mientras miraba el movimiento navideño que ocurría cada veinticuatro de diciembre. Su mirada sugería, al igual como cuando miraba al cielo, que estuviese pidiendo algún deseo. Parecía pedir que por fin pudiese disfrutar de su niñez, siquiera un día.

El veinticinco llegó y toda la gente se saludó, abrazó y besó. Sonaron los cohetes, se vieron un montón de fuegos artificiales en el cielo y muchos borrachos tirados en la calle también. Algunos dueños de los almacenes salieron y saludaron al conocido Felipe, que había dividido su pedazo de panetón de tal forma que le durara hasta las doce. Incluso, el "viejo señor del almacén" le dio un pequeño sobre con algo dentro como presente navideño. Felipe lo abrió inmediatamente y encontró una nota que decía: "Tal vez mañana alguien te regale más de una sonrisa", Felipe no supo qué podía significar el mensaje (de repente, más compradores) pero aún así, se lo agradeció al viejo porque eran unas bonitas palabras. Agarró una manta que su hermano le había dejado (al final, lo dejó descansar solo porque era Navidad) y se tapó con ella para echarse a dormir en la banca. Acababa la Noche Buena...

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