jueves, 22 de julio de 2010

Cap X: Una sensación de vergüenza

[Dibujos: Erii*]

Sentía mucho calor en mi cuerpo, mas mis extremidades parecían estar inmóviles. Era miércoles en la mañana y tenía un poco de fiebre. Me había despertado con un fuerte dolor de cabeza y lo único que deseabe era estar en mi cama durante todo el día; felizmente mi madre llegó a verme pronto. En casa sólo vivíamos mi mamá y yo, ya que mi padre se había marchado hace varios años atrás. Si algo me ocurría, mi mamá corría inmediatamente a mi. Yo era el el único engreído de mi madre, tal vez porque no deseabe perderme como lo hizo con mi padre. En fin, tenía fiebre y todo el cuerpo me dolía.

-No vas a ir al colegio así, Ricardo -dijo mamá-. Y tampoco pienso dejarte aquí solo.
-Mamá... -le dije, con reproche- No es necesario que faltes al trabajo, de verdad voy a estar bien...

-No, Ricardo -dijo ella, marcando el número de su trabajo desde el viejo teléfono-. Voy a pedir permiso para quedarme en casa.

-Mamá, creo que exageras -me tapé con las sábanas- Lo único que necesito ahora es limonada caliente y no sé... descansar un poco.

-¿Estás seguro? -me preguntó ella- Porque si falto hoy al trabajo, corro el riesgo de que me reduzcan el sueldo.

-¿Ves? No te preocupes; yo estaré bien -le aseguré


Mi mamá se puso su saco que le llegaba a las rodillas, agarró su cartera y me dio un beso en la frente. Antes de irse, dejó un vaso de limonada en mi mesa; me dijo que descanse y que estaría llamándome durante toda la mañana. Yo me despedí de ella y me tapé con las sábanas.


En medio de la calentura, el dolor de cabeza y la imposibilidad de sentir mi propio cuerpo, me quedé sumido en el sueño. Lo último que hice fue apoyar fuertemente mi cabeza sobre la almohada; luego estaba ahí, en el Centro Comercial. Veía la figura de Andrea Villavicencio a mi costado: no tenía esa mirada de soberbia que pertenecía a la realidad; sus ojos azules miraban de una manera tierna. Ella sostenía mi mano y la acariciaba, me decía cosas lindas. Entonces me di cuenta que estaba soñando con la "Andrea perfecta"; la que de repente, alguna vez creí que era. El sueño transcurría bien, hasta el momento era un sueño ideal. Sin embargo, mágicamente, apareció Delia y su canasta llena de libros. Todo se volvió extraño; me separé de Andrea y me dirigí hacia Delia. ¿Por qué lo hacía? ¡Tenía a la chica perfecta a mi costado! ¿Por qué tenía que irme? Nunca supe qué pasó después porque, unos minutos después, el sonido de un celular interrumpió tal sueño extraño.


-Aló... -dije, con voz de moribundo

-¡Hey, Ricardo! Soy Delia -dijo la otra voz

-¡Hey...! -exclamé con sueño- ¿No has ido al colegio? -apoyé mi cabeza en la amohada, arriesgándome a quedarme dormido y dejar hablando sola a Delia.

-Sí he ido -dijo ella-. La profesora me encargó que te dejara la tarea para mañana; ¿Te encuentras bien?

-No mucho... -le contesté, ya casi quedándome dormido- ... Es que estoy con gripe y de verdad tengo demasiado sueño... ¿Qué hora es? Pensé que aún era de mañana...

-Para nada -me dijo ella-. Son las tres, acabamos de salir del colegio.

-¡Ah! -contesté, cerrando los ojos

-Bueno... ¿Puedo pasar ahora para dejarte la tarea?

-¿Ah? -desperté; me había quedado algo dormido- Eh sí... ¿Pero cómo llegarás? No sabes mi dirección...

-Bueno, pensé que podrías dármela -dijo ella, ya casi no escuchaba su voz


Le di la dirección de mi casa y no recuerdo ni cómo nos despedimos. Sólo recuerdo que dejé el celular tirado por algún sitio "x" de mi cama y me quedé, en segundos, dormido de nuevo. Quería completar el sueño, quería saber qué pasaría después. Inconscientemente, sentía que había estado durmiendo sólo por una o dos horas; sin embargo, el tiempo fue mucho más que ese. Me despertó una mano acariciando mi rostro.


-Hijo, creo que ya no tienes fiebre -me decía mamá, que ya había llegado del trabajo.

-¿Qué? -pregunté, sentándome en mi cama- ¿Qué hora es?

-Las cuatro de la tarde... ¡Sí que has descansado bastante! -dijo, llevándose el vaso de limonada y arreglando un poco mi cuarto. Al parecer, me había quedado dormido durante "casi todo el día".


-¡Caray! Sí que he dormido mucho... -me destapé y me levanté de la cama- Ya me siento mejor... ¡Y ni he tomado pastillas!

-Es que eres fuerte -me dijo ella-. ¡Verdad! Hace rato llamó tu amiga Delia.

-¿Qué? -aún me encontraba un poco somnoliento- ¿Delia? -pregunté

-Sí, tu amiga Delia -asintió mamá-. Me dijo que vendría a dejarte la tarea pero le habías dado mal la dirección de la casa... ¡Pobrecita! Parece que se había perdido...


Entonces me acordé de eso; no sé por qué me había olvidado de la llamada que me había hecho Delia... ¡Me había olvidado por completo que iba a ir a mi casa!


-Dios... -le dije, preocupado- ¿Pero le has dado la dirección correcta? ¿Aún va a venir?

-Sí, hijo -dijo mamá- Aunque me dijo que vendría hace media hora...

-Sí, qué raro -me rasqué la cabeza- Oye, mamá, voy a bañarme... ¡De repente viene ahora!

-Sí, anda.


Me metí a la ducha y comencé a bañarme rápido. Al principio estaba aliviado de que Delia vendría a dejarme la tarea. Incluso estaba feliz, pues podría conversar un rato con ella; siempre que hablábamos era divertido. Pero no sé qué pasó que toda esa emoción (si podemos llamarlo "emoción") se desinfló como un globo de gas. Me acordé del sueño y me acordé de lo que había pasado el día anterior. Sentí otra vez esa sensación de vergüenza por haber defendido tanto a Delia de Andrea. Sentí otra vez esa sensación de confusión y ganas de salir corriendo si es que Delia hubiese estado a mi lado. No quería que Delia malinterprete las cosas; no quería que yo mismo malinterpretara las cosas. Me resultaba extraño haberla defendido frente a la chica que tanto me había gustado antes, Andrea. Comencé a bañarme muy pero muy despacio, ya sin ningún apuro.


-Mamá, ¿Puedes recibirle tú los cuadernos a Delia? -le pregunté, desde la ducha
-¿Qué? -gritó ella. No le gustaban ese tipo de cosas- No, hijo. Tú tienes que recibir a tu amiga... ¿Cómo vas a mandarme a mi?

-Pero mamá... Me siento aún algo mal... -le mentí

-No creo... Estás bañándote y ya no tienes fiebre... -dijo ella- ¡Si quieres la hago pasar a la sala pero tú tienes que recibirla y agradecerle el gesto de traerte la tarea!


Me quedé sin responderle nada; me resigné a tener que hablar con Delia aquella tarde. Fui a mi cuarto y me puse un polo viejo (no sé por qué tuve ese instinto de vestirme tan mal, ¿Quería causar una terrible impresión?) me puse las zapatillas más viejas y ni siquiera me peiné. Parecía que ni me hubiese bañado. Cuando estaba guardando mi celular en el bolsillo de mi pantalón (viejo también), escuché un voz distinta a la de mi madre. Era una voz de niña así que pude distinguir que la niña de los brackets de colores acababa de llegar a mi casa. Me asomé por la baranda de la escalera y pude ver a Delia sentada en uno de los muebles de mi sala. Ella no cruzaba las piernas como todas; ella colocaba una pierna detrás de otra, como lo hacían las niñas pequeñas. Decidí bajar de una vez.


-¡Hola Delia! -le dije, asomando una sonrisa amigable

-Hola Ricardo -dijo ella, tranquila como siempre


No sé qué cosa era, pero Delia sostenía un empaque de tamaño mediano entre los brazos. Estaba envuelto con papel azul y tenía una tarjeta encima. ¿Era un regalo por haber estado enfermo? ¿Era un regalo por haberla defendido? ¿Se había enterado ya? Está bien, me encontraba dudoso.

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