miércoles, 21 de julio de 2010

Cap IX: La chica más bonita no tendría dulce entre los dientes

[Dibujos: Erii*]

Fui corriendo apresuradísimo con mi mochila colgada en el hombro. Pretendía empujar levemente a Andrea de modo que alguna de sus cosas que llevaba en su bolso se cayera al suelo. Practicamente era un sacrificio pues después de eso igual recibiría los gritos insoportables de ella y las miradas asechantes de su gran grupo de amigas. Esperaba que lo se cayera fuese uno de esos pintalabios, de modo que quisiera ir conmigo hasta el centro comercial para exigirme que le comprara uno nuevo. Obviamente no planeaba comprarle uno, solamente quería preguntarle, aclararle, pedirle que no molestara más a Delia; pero a solas.

-¡¿Oye qué haces?! -gritó Andrea. ¡Listo! ¡Había logrado empujar su bolso! Cayó rodando una latita celeste...

Todas sus amigas voltearon, como un ejército de robots, directo a verme. Andrea se encontraba delante de ellas, colocando sus ojos intensamente azules sobre el individuo que acababa de botar al suelo uno de sus cosméticos. Yo estaba atemorizado, pero esperando que Andrea me reclamara el haber roto una de sus pertenencias y que tenía que comprarle uno nuevo sí o sí.

-¿Qué esperas para recogerlo? -me preguntó, lanzándome una mirada de desdén.
-Disculpa... -le dije fingidamente, entregándole en su mano la latita celeste que se había roto un poco por los costados.

Ella abrió la lata y echó un vistazo a lo que había dentro de ella; yo incliné un poco mi cabeza para poder ver también. Al parecer, ésta lata tenía un polvo de color piel, el cual se había hecho pedacitos.

-¡Genial! -dijo Andrea con sarcasmo- ¡Rompiste mi rubor! -Todas sus amigas profundizaron más su mirada de ira hacia mi.
-Lo siento de verdad... ¡Te puedo comprar uno nuevo si deseas! -mientras decía eso, esperaba que tal rubor costara más barato que un sandwich con pollo de los que vendían en el kyosco del colegio.
-Estás loco -dijo Andrea, meneando el cabello- ¡Tú no podrías comprar un rubor así! ¡No tienes dinero!

Andrea era una pícara; era interesada pero no podía recibir cualquier cosa asi por así. A ella le gustaba las cosas caras, eso yo lo sabía muy bien. Sin embargo, me acordé que a ella le encantaban los algodones de azúcar, los cuales se vendían también en el centro comercial. Ella me pedía varios cuando íbamos a pasear. No sabía cómo ofrecerle uno en frente de sus amigas, tenía que pensar rapido.

-De alguna manera u otra debo disculparme... -dije, mucho más fingido
-No hay forma -dijo ella- ¡Chicas, vámonos!

¡Se estaba yendo! ¡Tenía que hablar con ella! ¡Me estaba humillando una vez más!

-Algodón de azucar me gusta a mi...

¡Estaba tan loco! Empecé a cantar sólo para que se diese cuenta de que pretendía comprarle un bendito algodón de azúcar. A la vez, deseaba que ella no creyese que quería intentar "algo nuevo" con ella.

-Oigan, váyanse nada más -les dijo a sus amigas- Voy a ver que me puede comprar éste... -dijo Andrea, con un susurro que sí pude escuchar

Fuimos caminando directo hacia el centro comercial. Me preguntaba, dentro mío, cómo nos veíamos ella y yo caminando juntos. Como dije al inicio, ella y yo no habíamos tenido una "relación fija", mas sí nos veíamos seguido y tuvimos muchísimos coqueteos. Era seguro que varias personas del colegio nos habían visto andar juntos durante ese tiempo, dentro de las cuales estaba el portero, quien me miró con extrañeza cuando crucé la puerta del colegio junto con Andrea. El portero se las sabía todas.

-¿Y cómo has estado? -le pregunté, con un tono de desánimo en mis palabras. No me interesaba cómo se encontraba, de verdad.
-Bien... -dijo ella- Sí te vi espiándome de nuevo hoy.
-¿Espiándote? -le pregunté, casi sobresaltándome; pero recordé que no debía hacerlo- Solamente estaba con mi amigo viendo cómo jugaban... ¿Eso es espiarte?
-Bueno... ¡Antes me espiabas! -agregó un poco de complicidad a lo último dicho.
-Tú lo has dicho... -le contesté- Antes...
-¡Extraño cuando lo hacías!

Ya empezaba ella a lanzar sus "bombas de engatuzamiento"; sabía cómo hacerlo. Pero no, yo no estaba sintiendo nada. Sólo quería comprarle su algodón de azúcar, decirle lo que tenía planeado e irme rápido de ahí.

-¿Y tú cómo estás? -dijo, tocándome el hombro
-Tranquilo... ¡Estudiando!
-¡Ahhhhh... ! -dijo ella, desinteresadamente- Oye, ¿Quieres ir a una fiesta el sábado?
-¿Fiesta? -le pregunté, frunciendo el ceño- Pero los exámenes bimestrales ya se acercan... ¿No piensas estudiar?
-O sea... -dijo ella, mirando hacia el cielo- Sólo te invitaba... ¡No tienes por qué hacerme sentir como una tonta!
-No, no... No quise eso -le respondí rapidámente, no podia dejar que se vaya molesta-. ¡Oye mira! ¡Ahí está la vendedora de algodones de azúcar!
-¡Ay sí! -dijo ella, con un gritito chillón de felicidad

Llegamos a donde estaba la señora de los algodonez de azúcar; parecía que era la misma que los vendía cuando Andrea y yo estábamos en "intentos de ser enamorados".

-¿Cuál quieres? ¿Algodón rosado o algodón celeste? -le pregunté a Andrea, antes de pedirle a la señora aquel dulce empalagoso.
-Algodón celestee... -dijo ella
-Un...
-Algodón celeste como el color de mis ojos... -me interrumpió
-... Un algodón celeste, por favor -continué diciéndole a la vendedora, sin responder al reciente comentario de Andrea.
-¿No te vas a comprar uno tú? -me preguntó Andrea
-No, gracias -le contesté-. No soy fanático de esas cosas tan dulces...
-Pero eras fanático de mi... -dijo ella
-Eh... sí -le respondí, medio intimidado por sus comentarios. Andrea era tan extraña... Sabía cambiar tan bien su papel de "niña mala" a "niña buena" si es que había algo de su conveniencia en medio del camino.

Fuimos paseando por algunas de las tiendas del centro comercial y ella iba contando sobre todos los planes que tenía durante el mes, su problema que tenía para pintarse las uñas de varios diseños, su problema en no saber qué ropa ponerle a su perro beagle y varias cosas más que trataba de no escuchar porque todo se hacía un bolondrón de ideas dentro de mi cabeza.

-¿Te acuerdas cuando nos sentábamos todos los días juntos en clase? -comenzó de nuevo con sus preguntas
-Sí... -respondí
-¡Era tan tierno...! Tú me pasabas todos los apuntes siempre... ¡Qué lindo eras! -dijo, suspirando y comiendo de a pocos su algodón de azúcar
-Sí pues... ¡Cosas de antes! -le contesté, llamándome para mis adentros "Qué tonto eras, Ricardo"
-Oye, Ricki -ese era el sobrenombre que a ella le gustaba usar conmigo- ¿Ésa no es tu amiga la de los brackets?

Mi mente, que se hallaba fabricando cómo le iba a decir sus verdades a Andrea, construyó la imagen de Delia inmediatamente. Giré mi rostro hacia donde señalaba Andrea y pude distinguir a mi estimada amiga Delia con una canasta de compras. A lo lejos, pude ver que tenía libros dentro de ella.

-Aj... -exclamó Andrea- Está comprando libros... ¡Qué aburrida es tu amiga!

Iba a decirle algo a Andrea, pero me controlé. Esperé a que dijera algo más y así podría decirle de una vez lo que pensaba.

-¿Has visto sus brackets? Siempre de colores tan escandalósos cada nuevo fin de mes... -decía Andrea, devorando a gran paso su algodón de azúcar- No sé cómo te juntas con ella, Ricky... ¡Creo que desde que terminamos empeoraste tus gustos! ¡Es tan fea!
-Para empezar no me gusta... -dije, vocalizando bien cada palabra dicha- segundo, ella puede comprar lo que quiera... ¡Le gustan los libros porque es una chica inteligente! .respiré- Y tercero, sus brackets, asi sean de colores fuertes, no la hacen ver fea como dices.

Está bien, creo que me había desmedido en decir aquello último; pero en fin, deseaba defender a mi amiga. Ya no interesaba si parecía que ella me gustase por haber dicho que no era fea.

-¿Insinúas que es linda? -preguntó Andrea, haciendo un gesto de asco
-Tampoco lo dije -le respondí- Pero creo que no eres nadie para decir quién es y quién no es bonita...
-Soy la más bonita... -respondio ella, astutamente
-¿Así? ¡Qué raro!
-¿¿¿Por qué??? -preguntó
-Porque creo que ya bajaste un puesto... La chica más bonita no tendría los dedos tan asquerosamente sucios de algodón de azúcar y... claro, tampoco tendría algo de dulce en medio de los dientes... -le dije, sin denotar cólera- Límpiate pues, Andrea.

Entonces, me levanté del asiento y me fui. No quise voltear para ver cómo se había quedado ella. Me importaba un pepino si se había sentido mal o se quedaba odiándome por el resto de la vida. Ella me engañó diciendo que le gustaba, ella me quiso volver a engañar de nuevo, ella coqueteó con más de dos chicos sin que pasara una semana de haber terminado "los coqueteos entre ambos", ella molestaba a una de mis más estimadas amigas. Tampoco deseaba ir a ver en qué parte del Centro Comercial estaba Delia. Ya no quería nada. Tenía una mezcla de vergüenza y otras sensaciones. Parecía que la hubiese defendido como ni novia... Y eso, sin saber la causa, me hacía sentir fastidiado. Me fui rápido a casa.

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