viernes, 11 de junio de 2010

Cap II. Andrea Villavicencio

[Dibujos: Erii*]

Yo me enamoré de Andrea Villavicencio por el hecho de que todos mis amigos también estaban embobados por ella. Todos teníamos, en aquel tiempo, tan solo dieciséis años. Éramos unos adolescentes alocados por una chica de un año mayor que nosotros. Sí, Andrea tenía diecisiete; y debo comentarlo: ella había repetido de año. Eso puede decir mucho de ella, lo sé. Pero en fin, a nosotros nos gustaba. No sabíamos cómo trataba a las chicas que no eran sus amigas, no sabíamos sus ideales en la vida, no sabíamos qué cosa era lo más lindo de su persona... ¡No sabíamos nada! Solo sabíamos que era una rubia bonita y eso nos bastaba para correr tras de ella. Andrea no era el tipo de chica que desdeñaba a los hombres. Es decir, Andrea podía mirar mal a algunas chicas, pero a ningún hombre le hacía eso. Para ella, los hombres feos o lindos, eran la misma cosa: HOMBRES... ¡Débiles ante la carne! Nosotros, los chicos, no eramos unos santos, pero algunos creíamos que Andrea siempre pretendía probar un bocado de cada uno. Ya lo dije, era una perra. Sé que se puede ver cierto rencor en cómo la describo y admito que es verdad: ella me hizo daño.


Yo nunca fui el "mandado del grupo"; siempre me costó un poco expresar lo que sentía hacia una chica. Asi que si Andrea se enteró que yo también estaba "loco por ella" fue por su propia cuenta. Ella era astuta, ya lo dije: se dio cuenta que me gustaba por lo nervioso que me ponía al hablarle, por descubrirme cuando la miraba a escondidas, por bajar la cabeza cuando ella me saludaba, por no esconder estos cachetes míos que se ponen rojos cuando veo a una chica linda, y por muchas razones más. Ella se dio cuenta rápido, así que no perdió tiempo en conquistarme adrede. Lo curioso era por qué no había hecho eso con el resto de los chicos del salón: ¿Acaso yo tenía "algo especial" que ellos no? Comencé a pensar que era por ese atributo extraño de mis ojos (a veces cambian de pardos a verdes), pero esa no fuela razón. Ella me conquistó porque sabía que yo podía darlo todo si me enamoraba. Ya me había visto: yo era todo un detallista.

Andrea y yo nunca tuvimos una relación fija: a lo único que llegamos fue a coqueteos; pero éstos coqueteos fueron muy fuertes. Andrea comenzó a juntarse mucho más conmigo, me pedía que le comprara cosas, me besaba en frente de todos, me pedía que le comprara cosas, me agarraba la mano en frente de todos, me pedía que le comprara cosas y me pedía que le comprara cosas... ¡Todo era "comprarle cosas"! Andrea fue una sucia interesada. Y de eso me di cuenta temprano, felizmente. Justo en el momento preciso: antes de que pase algo muy importante entre ella y yo.


Su casa se quedaba sola casi siempre, así que ella aprovechó una de esas veces para llevarme a "conocer su casa". En su sala, ella me abrazó por el cuello, mirándome fijamente a los ojos. Sus ojos eran increiblemente claros y tenía una mirada fuerte. Sin embargo, al mirarla, no sentí nada. Quise sentir alguna sensación especial al ver sus ojos, pero no pude hacerlo. Entré en razón y me di cuenta de que ella solo me quería para eso. Me di cuenta, rápidamente, que ella solo había estado conmigo para pedirme peluches, corazones de chocolate y otras huevadas; después, ella no me daba ese cariño que tanto quería recibir yo. Estaba a punto de cometer la locura más grande si la hubiese dejado besarme en ese instante: la detuve a tiempo. Ella no podía creer que la estuviese rechazando; en realidad, nadie de mis amigos pudo creer tal cosa cuando se enteraron (tuve que pasar un tormento horrible cuando me abuchearon por perder "tal oportunidad"). Pero, así fue: decidí no seguir con aquella situación. Quité sus brazos de mi cuello, agarré mi mochila y me fui. Sin antes decirle que era una chica totalmente convenida y que nunca debí fijarme en ella. "No te preocupes, querido, felizmente desististe de hacerlo pues eres demasiado niño para mi", dijo ella, cerrándome la puerta de su casa. Nunca había estado tan molesto; mi orgullo nunca se había encontrado en una escala tan baja.


No fue costoso olvidarla después de lo que me hizo y dijo. Mucho más porque ella, al siguiente día, ya estaba coqueteando a otro chico del colegio. Lo difícil de tal hecho fue soportar los reproches de mis amigos: "¿Por qué no aprovechaste, huevón?" "Oe, ¿Eres idiota o qué?" "Oe, ¿Eres marica?" Frases totalmente irritantes. Solo uno supo decir lo que esperaba escuchar: el "Gordo Martín". El gordo me dijo: "Bien, flaco, con una chica así no vale la pena más". Y era cierto, yo podía ser hombre y tener las mismas "metas" que tenían mis patas. Sin embargo, me diferencié por buscar algo más en la chica que me gustara. Y ese "algo más" Andrea no lo tuvo. Al ver sus ojos, nunca lo sentí. Pueden haberme considerado un romántico ridículo o simplemente, un chibolo tonto. A pesar de esto, me mantuve firme en mi decisión: Andrea no había sido la chica correcta para mi.

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