miércoles, 4 de noviembre de 2009

Don't wanna grow up

Photo by
Bekinaz


Me pregunto cómo sería no conocer la palabra
crecer...

Cuando somos niños, jugamos a ser la mamá o el famoso doctor,
nuestro mundo está lleno de imaginación y color.
¿Recuerdas cómo se sentía tener cuatro años?
Solo esperabas terminar la comida para seguir con la diversión:
las muñecas de plástico o las figuras de acción.

Las mañanas estaban cargadas de energía,
no importaba lo que saliera a diario en las noticias,
éramos niños y vivíamos en nuestro mundo de fantasía.
No existía el doble sentido y tampoco la ironía,
lo que existía era inocencia y tal vez, una sana picardía.

No necesitábamos de un cigarro para buscar la inspiración,
la creatividad era espontánea y sin preocupación.
No necesitábamos para ahogar las penas una copa con alcohol,
en esos tiempos nos bastaba una caricia y una dulce canción.

No conocíamos las heridas causadas por decepción de amor,
nosotros conocíamos las heridas después de un tropezón.
Tropezones de tanto correr... correr tras de nuestros sueños,
sin que importe lo lejanos que fueran estos.

Y si caía una lágrima, no era obra de la angustia ni el estrés,
era del cuco imaginario que nos asustaba al no querer comer.
Y si había una sonrisa, no era por el éxito de tu primera cita,
era obra de la abuela cuando traía una golosina.

Dichosos los que tenemos en el fondo nuestro corazón de niño, sea cual sea haya sido la infancia, dichosos los que guardamos un poco del corazón que teníamos en esta etapa.

Me pregunto cómo sería no conocer la palabra crecer...


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