domingo, 27 de septiembre de 2009

Aquel señor del parque

El martes, alrededor de las seis y media, me encontraba viniendo lo más rápido de la universidad para poder pasear a mi perro sin falta. Abrí la puerta y él me esperaba en el patio, moviendo su cola. Le puse el collar y salimos los dos a dar un paseo nocturno en el parque que está a dos cuadras de mi casa. Caminábamos tranquilos, no había apuro. Algunos perros iban apareciendo en el camino, pero esos son tan grandes que prefiero alejarme porque la mayoría termina buscando pelea. Mi perro es pequeño pero aún así no tiene miedo a la bronca. Es un enano 'peleachi'. Llegamos al parque y nos pusimos pasear con toda la calma posible. El parque no es nada pequeño y por eso mi perro no se cansa de pasar por un mismo lugar. Menos me voy a cansar yo, que me distraigo viendo a mi perro tan feliz de dar su paseo.

Estabamos caminando por distintos sitios, cuando fue que vi llegar a ese ser extraño al parque. Se trataba de un señor que venía con bultos en las manos y, tras extender una pequeña manta en el pasto, se sentó encima de ella. Desde lejos, porque se ubicó en un lugar muy arinconado, tenía la pinta de ser algún loquito o simplemente algún borrachito, ya que vestía los harapos más sucios y descuidados que podía tener alguien en ese parque. Además, tenía una barba que lo hacía ver un poco más desaseado. La curiosidad me invadió y procuraba llevar a mi perro un poco más cerca de donde estaba el hombre. Pude observar cómo sacaba de su mochila (si es que era mochila) un montón de alimentos... Lo único que recuerdo perfectamente de ellos eran las tres o cuatro botellas de yogurt que yacían a su lado, pero estaba convencida que todo aquello que estaba sobre la manta no era nada más que comida. Mas bien puso toda la comida afuera, agarró rapidísimo una botella de yogurt y se lo tomó en un dos por tres. Acto seguido, hizo lo mismo con las galletas o lo que fuera de comer que había traído consigo.

Era indescriptible cómo devoraba todo con tanta rapidez. Se le veía tan hambriento y, a la vez, tan solo. En ese momento fue inevitable no sentir melancolía y las ganas de hacer algo por él. Yo sé que soy una persona sensible, pero en ese instante me sentí más sensible de lo normal. Creí haber escuchado en mi interior a mi conciencia decir: "Cómprale algo de comer, ¿Qué esperas?" y también decir: "Da un poco de temor... Mejor no hagas nada, tal vez sea peligroso". Agarré la correa de Cooper (mi perro) y seguí paseando un poco más cerca de aquel personaje; era imposible no sentir curiosidad de saber si era realmente una persona paupérrima, algún loquito sin hogar, o simplemente un borrachín que había sido expulsado de su casa por una esposa molesta. Varias alternativas corrían por mi cabeza y sabía que ninguna la resolvería hasta preguntarle qué hacía tan solo y si podía comprarle algo. ¿Preguntarle? ¿Hablarle? Sin duda era demasiada curiosidad, pero sabía que detrás de todo lo que me impulsaba a hacerlo estaban unas ganas locas de ayudar. Era extraño lo que yo sentía cuando miraba al individuo comer como si no lo hubiera hecho en años: era una sensación de preocupación, intriga y cariño hacia el... sí, cariño... como si él fuera un conocido, como si se tratase de mi abuelo o algún viejo amigo.
Me puse a pasear con Cooper un poco más cerca del sujeto, eso sería lo más cerca que estaría de él. Ya había dejado de comer y lo que hizo, a continuación, fue utilizar un encendedor. Ahí me asusté un poco. Lo apagaba, encendía... Lo apagaba, lo encendía... Lo apagaba, lo encendía... Hizo tal acción, sin exagerar, incontables veces. Ahora era mucho más difícil poder acercarme, me invadió un poco más el temor. El viento empezaba a correr y era señal de que Cooper y yo teníamos que regresar. "Tengo que hacer algo por él, no me puedo ir así... Pero... ¿Si me roba? ¿Si tiene otras intenciones?" me preguntaba en mi cabeza por última vez. Así, decidí ir hacia el vigilante del parque y preguntarle por tal personaje; sin embargo, no llegué a hacerlo, no quería que por mi culpa puedan botar al señor del parque. Entonces, casi yéndome, vi que llegaba una pareja de similar condición al parque y el vigilante les hizo una pregunta, la cual contestaron al instante. Segundos después, noté que mi querido personaje había comenzado a fumar. Fue entonces que se dio mi pensamiento final: "Creo que es mejor dejarlo así". Agarré la correa de Cooper una vez más y me alejé de la escena. Me fui alejando sin dejar de mirar atrás unas cuantas veces, como diciendo para mis adentros: "Lo siento, algo me impidió hacer alguna cosa por ti".

Sé que lo que no me permitió acercarme al sujeto fue el miedo y la inseguridad de no saber qué cosa podía suceder luego. El parque estaba casi solo y oscuro pero también sabía que estas circunstancias no fueron la razón del miedo. El miedo era que aquella persona, pobre e indefensa para mi, pudiese convertirse de la nada en un lobo y pudiera desarmar todas mis expectativas y ganas de ayudar. Ese miedo surge cuando, por lo general, tal cosa suele ocurrir siempre y entonces, todos nos volvemos desconfiados. Es lo mismo que ocurre cuando estamos en un micro y sube alguien a vender caramelos: algunas veces no le compramos nada porque pensamos que ese dinero lo usará para otra cosa o simplemente, nos engaña. Es lo mismo que pasa cuando uno está caminando por la calle y puede ver andar a su costado a un niño de apariencia pobre y rostro dulce y sentir ternura hacia él, pero que en cuestión de segundos te quita lo que tienes y se convierte en lo que llamamos un "pirañita". Me parece increíble cómo ahora ya es difícil confiar hasta en la persona de imagen más inocente en la calle... hasta el punto que nuestras ganas por ayudar se vean disminuidas, hasta el punto que personas que merecen ser ayudadas no puedan serlo por la culpa de otros que disimulan hacerlo y solamente, nos engañan. La verdad es que espero encontrar al personaje de nuevo. ¡Tal vez el miedo desaparezca y aquello realmente valga la pena!

3 comentarios:

Belezeta dijo...

Te pusiste a pensar si ese personaje también pudo tener algún miedo. Pudo haber tenido miedo de sentarse en ese parque con riesgo de que el vigilante lo bote.

Todos tenemos miedo. Y es más cuando la acción puede cambiar algo en nuestra vida y movernos de esa establidad - o rutina - en la que estamos metidos.

ISABEL E. dijo...

Sí, eres muy sensible (me encargué que lo fueras así, parte de los valores familiares)...y recuerdo que al volver me comentaste tu vivencia... Me emocionó tu sensibilidad, pero recuerdo que también te comenté de la desconfianza que nos sugieren dichas situaciones. Ten por seguro que bastaron tus buenas intenciones...¡lamentablemente vivimos en un mundo de peligros!

Erii dijo...

A mi también me han pasado cosas como esas, algunas veces incluso llego a mi casa y me pongo mal porque siento que no he brindado ayuda a alguien que lo necesitaba. Es bueno encontrar personas sensibles, y que piensan bien de los demás...no se encuentran personas así todos los días :)