miércoles, 17 de noviembre de 2010

CAP XIX: ¿Debía confiar en ella?


Recordé cuando conocí a Delia: fue un día cualquiera y se había convertido en un recuerdo borroso. Ella había llegado dos años atrás a nuestro colegio, como alumna nueva. La profesora la presentó como Delia Hidalgo, de catorce años. Su aspecto era el mismo que lucia en ese momento: lentes grandes de marco negro, cabello ensortijado sujeto en una cola y unos brackets coloridos en cada uno de sus dientes. Su llegada al colegio no fue un gran acontecimiento: sólo era una chica nueva y nada más. Sin embargo, debo admitir que otras alumnas nuevas que se incorporaron a nuestro colegio no pasaron tan desapercibidas como sí lo hizo Delia.

Recordé que la primera vez que hablé con Delia por más de cinco minutos fue en un paradero equivocado y todo por culpa de "El Loco": huía de él y de sus amigas que tanto quería presentarme. Recuerdo que cuando la vi ahí, en el paradero, sentí fastidio, pues no sabía de qué hablar con ella. Sin embargo, me había preocupado en vano: ella supo manejar la conversación.

Recordé que luego ella se ofreció para ayudarme en el curso de Historia. Por supuesto también recuerdo que su ayuda no fue muy necesaria, pues el curso de Historia no me parecía tan difícil. Sin embargo, ese fue el día en que nuestra relación de simples conocidos se convirtió en una relación de posibles amigos. Recuerdo que lo primero que me cautivó de ella fue que sea una chica distinta a las demás: siempre la veía dibujando, tranquila... sin preocuparse de cosas sin sentido, como la hacían otras chicas de su edad.

Empezó a gustarme lo que conversabamos ella y yo: hablábamos de nuestros días, de nuestros gustos, de nuestros problemas... de tentas cosas. Poco a poco, nos hicimos más que amigos: mejores amigos. Yo tenía muchas amigas, en aquel entonces, pero nunca había logrado tener una amistad tan buena como la que estaba iniciando con Delia. Todas mis amigas habían sido chicas que me gustaron o sino, chicas de mi colegio o de alguna que otra fiesta. Nunca había tenido una amiga con quien poder hablar de varios temas y, que a la vez, sea un poco diferente al resto. Este lugar comenzó a ocuparse por Delia.

¿Y qué? ¿Después de unas semanas ya me gustaba Delia? ¡No lo concebía! ¿Me gustaba de verdad o sólo me dejaba llevar por las ideas de "El Loco"? Recordé que "El Loco" también me había metido la idea de que yo le gustaba a Delia. Esta idea me trajo varios problemas, pues empecé a sentirme fastidiado en compañía de Delia. Al final, desmentí esa suposición al enterarme que el "chico de los sueños" de Delia era un tal Martín: un chico con estilo rockero de los 80's.

Recuerdo que por pensar que yo le gustaba a Delia, ya no me sentía cómodo estando a su lado. Recuerdo que traté de averiguar por mi cuenta si aquel pensamiento era cierto, el cual no lo fue. Sin embargo, a pesar de desear que Delia no estuviese enamorada de mi, al enterarme que no era yo el "afortunado", la sensación que tuve no fue de alegría: al contrario, sentí desilusión. Entonces, ¿Qué era lo que yo quería realmente? ¿Deseaba o no que Delia estuviese enamorada de mi? Era muy confuso saberlo en ese momento... Todas las ideas las tenía mezcladas. Todo pensamiento estaba revoloteando hasta que llegó esa tarde, en la cual "El Loco" me hizo le pregunta de fuego: "¿Te gusta Delia?" y ahí había quedado todo.

Entonces, ahí me encontraba: sentado en el piso de mi habitación, al costado de "El Loco" y ambos mirando al videojuego del televisor. "El Loco" apartó la vista de la pantalla y dirigó su mirada hacia mi: estaba esperando mi respuesta a su pregunta. Yo veía la pantalla, veía el techo de mi cuarto, veía el suelo... No tenía una respuesta determinada. ¿Qué era lo que yo quería, realmente? tal vez, Delia sí me gustaba; tal vez yo sólo tenía vergüenza de lo que opinara el resto de mis amigos... No sabía, no sabía exactamente qué estaba sintiendo.

-Creo que me gusta -le dije, sin vocalizar bien las palabras.
-¡Por fin lo dices... ! -exclamó "El Loco", tomando un trago de cerveza y sonriendo con seguridad.
-¿Por qué? -estaba corto de palabras
-Yo siempre he pensado que te gusta, ya te lo dije -hizo una pausa para beber el último trago de su lata de cerveza-. Tú tratas a Delia de forma distinta que a las demás chicas -hizo otra pausa-. Con Delia, eres un poco más atento...
-¿No debemos ser así con todas las mujeres? -le pregunté
-Pues claro que sí... -respondió, sin mucha convicción en sus palabras- ¡Pero con Delia tú lo eres mucho más! Si tenían un malentendido, tú la buscabas para resolverlo; si le pasaba algo, tú estabas ahí para saber de qué se trataba... ¡Si alguien la molestaba, tú estabas para defenderla!
-Sólo la he defendido una vez... -dije, acordándome del episodio con Andrea Villavicencio
-Pero esa única vez contó como diez, ¿No crees? -dijo, sonriendo-. Todo el mundo cree que a ti te gusta Delia... ¡Todo el mundo ya lo dio por hecho!
-¿Entonces estás sugiriendo que sólo porque todo el mundo infiere eso a mi me tiene que gustar Delia?
-Tampoco es eso... -dijo "El Loco"
-¿Entonces qué? Primero quisiste que creyera que Delia estaba enamorada de mi... ¿Ahora quieres que yo mismo me convenza de que ella me gusta? -le dije, algo irritado
-¡Pero si tú mismo lo has admitido... !
-No -lo interrumpí-. ¡Sólo estoy haciéndote caso! Sólo estoy diciendo tonterías por tu culpa... ¡Tú eres el que me metes ideas tontas!
-Oye...
-¿Qué cosa? -volví a interrumpirlo
-Me voy -dijo, guardando las latas vacías de cerveza en su mochila-. Necesitas arreglar tus asuntos y aclarar lo que piensas.
-¿Yo? ¡Tú deja de entrometerte! -le dije, más molesto
-¿Seguro?
-¡Seguro! -asentí
-Bien -dijo él, cargando su mochila y acercándose a la puerta de mi cuarto-. Pero luego cuando pidas que tu mejor amigo esté ahí, para aconsejarte, no te preguntes dónde pueda estar...
-Sólo vete...
-Ok -dijo "El Loco", antes de cruzar la puerta de mi cuarto y "hacerse humo".

Estaba más confundido que nunca. ¿Qué hacer en ese momento? Siempre contaba con la presencia de Delia cuando aparecían ese tipo de problemas; sin embargo, en ese momento, Delia se encontraba paseando en una feria al costado de su adorado Martín. Si no estaba Delia, se encontraba "El Loco", quien acababa de salir molesto de mi casa. ¿Ahora quién? ¿Ahora quién?

Sonó la puerta de mi cuarto y lo primero que pensé fue que "El Loco" había regresado a disculparse.

-¿Sí?
-Soy yo -dijo la voz de mi mamá, al otro lado de la puerta.
-Pasa... -contesté

Mi mamá, ya sin el delantal puesto y con su mirada tierna puesta en mi, se me acercó y acarició mi cabello, como solía hacerlo cuando era niño.

-Tienes algo, ¿No? -me preguntó
-No -le mentí, aunque me sintiera mal de hacerlo-. ¿Por qué?
-Sentido de madre... Creo que a mi hijo le pasa algo -dijo, con su voz de tonalidad sabihonda
-¿En serio crees que tengo algo? -le pregunté
-Si no fuese por esa mirada distraída que tienes, tu poco apetito a la hora de almorzar y esa lata de cerveza que veo tirada al lado de tu televisor, pensaría que no tienes nada -se me había olvidado botar todas las latas de cerveza-. Así que... ¿Qué tienes, hijo? -preguntó ella
-Nada, mamá -volví a mentirle-. En serio estoy bien.
-... Si tu amigo no se hubiese ido con una expresión molesta en el rostro, tampoco pensaría que estás mal... -insistió ella.

Aparté la vista del suelo por un momento y giré hacia los ojos de mi madre. Su mirada me expresaba sosiego, tranquilidad, paz... ¿Debía contarle sobre lo sucedido? ¿Debía confiar en ella? Mi madre era una linda persona: dispuesta a ayudarme siempre. Sin embargo, los hombres, a veces, preferimos ser reservados con nuestros asuntos. A pesar de eso, sentí que estaba en una situación donde la única persona que podía ayudarme era mi madre. Ahora, ¿Por dónde comenzar?

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